Corrían mis primeros días como estudiante de la Secu 15 en aquel Septiembre fatídico de 1985, cuando en la puerta de salida me esperaba ella, mi primer novia; con su mirada alegre y nerviosa me aguardaba impaciente, como premeditando una travesura mientras yo me acercaba, y así sin más que decir, se despidió de mi con un beso en los labios prometiendo vernos a la mañana siguiente en la formación escolar.
Así fue mi primer beso, inocente e inesperado, con la fuerza de un ciento de mariposas en una alborada de primavera chocando de frente contra mis sentidos.
Mis amigos igual de absortos que yo, se burlaban de envidia y entre carcajadas emprendí el regreso a casa con mi cara sonrojada; hasta que uno de ellos me suplicó: “Por favor ya quita esa cara de idiota”.
Ese fue el inicio de una etapa de sueños e ilusiones que se fueron convirtiendo poco a poco en realidad, aunque no todos; pero los reveses y tropiezos también sirvieron de lección para la inevitable madurez.
Aunque la memoria pasa factura con los años, tengo nítidos muchos recuerdos de esa época: las aulas que nos alojaron durante 3 años, mis compañeros de banca, la risa nerviosa de Mendiola cuando Claudia lo tomaba de la mano, incluso el tráfico de recados en papelitos que funcionaban como nuestro medio más efectivo de comunicación durante clases. Sin embargo, existe un recuerdo que llevo tan vivo hasta ahora, que parece que mis labios aún sienten la calidez de ese beso que no fue el primero, pero que aún me sigue quitando el aliento de manera involuntaria.
Tuvo lugar en una tarde cualquiera de Mayo de 1987, salía de clases junto con mi Flota hacía la estación del metro Colegio Militar, rodeando por el camino más largo para prolongar la diversión. La vida era fácil, sólo las exigencias de la Profa. Monterrubio ensombrecía tenuemente nuestra animada existencia.
A ella, mi primera ilusión, mi primer amor, la había conocido un par de meses antes; fuimos presentados por la Cheetos a solicitud mía, o mejor dicho: por una insistente súplica rayando casi en la desesperación.
Esa tarde cualquiera de Mayo… caminando abrazados por la Calzada México–Tacuba con mochila al hombro, nada era más importante; era nuestra primera semana de novios y yo ya sabía que sus ojos verdes no los olvidaría nunca.
Y fue precisamente frente a la propia Secundaria 15 cuando nuestros rostros se encontraron, en una perfecta coincidencia; el tiempo parecía encontrar un espacio para detenerse, mientras ambos cerrábamos los ojos para dejar que nuestros labios se encontraran cautivos uno del otro.
Nunca volví a amar a alguien de esta forma, con tanta ilusión y con tanta fuerza, con la vehemencia e inocencia que solamente la adolescencia permite experimentar.
Donde quiera que te encuentres, sigues aquí.
Así fue mi primer beso, inocente e inesperado, con la fuerza de un ciento de mariposas en una alborada de primavera chocando de frente contra mis sentidos.
Mis amigos igual de absortos que yo, se burlaban de envidia y entre carcajadas emprendí el regreso a casa con mi cara sonrojada; hasta que uno de ellos me suplicó: “Por favor ya quita esa cara de idiota”.
Ese fue el inicio de una etapa de sueños e ilusiones que se fueron convirtiendo poco a poco en realidad, aunque no todos; pero los reveses y tropiezos también sirvieron de lección para la inevitable madurez.
Aunque la memoria pasa factura con los años, tengo nítidos muchos recuerdos de esa época: las aulas que nos alojaron durante 3 años, mis compañeros de banca, la risa nerviosa de Mendiola cuando Claudia lo tomaba de la mano, incluso el tráfico de recados en papelitos que funcionaban como nuestro medio más efectivo de comunicación durante clases. Sin embargo, existe un recuerdo que llevo tan vivo hasta ahora, que parece que mis labios aún sienten la calidez de ese beso que no fue el primero, pero que aún me sigue quitando el aliento de manera involuntaria.
Tuvo lugar en una tarde cualquiera de Mayo de 1987, salía de clases junto con mi Flota hacía la estación del metro Colegio Militar, rodeando por el camino más largo para prolongar la diversión. La vida era fácil, sólo las exigencias de la Profa. Monterrubio ensombrecía tenuemente nuestra animada existencia.
A ella, mi primera ilusión, mi primer amor, la había conocido un par de meses antes; fuimos presentados por la Cheetos a solicitud mía, o mejor dicho: por una insistente súplica rayando casi en la desesperación.
Esa tarde cualquiera de Mayo… caminando abrazados por la Calzada México–Tacuba con mochila al hombro, nada era más importante; era nuestra primera semana de novios y yo ya sabía que sus ojos verdes no los olvidaría nunca.
Y fue precisamente frente a la propia Secundaria 15 cuando nuestros rostros se encontraron, en una perfecta coincidencia; el tiempo parecía encontrar un espacio para detenerse, mientras ambos cerrábamos los ojos para dejar que nuestros labios se encontraran cautivos uno del otro.
Nunca volví a amar a alguien de esta forma, con tanta ilusión y con tanta fuerza, con la vehemencia e inocencia que solamente la adolescencia permite experimentar.
Donde quiera que te encuentres, sigues aquí.
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